“Genealogía de Jesucristo, hijo de
David, hijo de Abraham”
Mateo 1, 1.
Isaías 49, 2. 8-10; Salmo 71/72, 1-4. 7-8. 17; Mateo 1, 1-17.
Hoy 17 de diciembre iniciamos la
segunda etapa del tiempo de adviento y la terminaremos el próximo jueves 24. La
primera etapa de este tiempo litúrgico de adviento la iniciamos con el primer
domingo de adviento y la concluimos el día de ayer 16 de diciembre. En esta
primera etapa miramos al futuro, preparándonos para recibir a Cristo Jesús el
Señor, lleno de majestad y de gloria, es un tiempo que deberá prolongarse
durante toda la vida, pues nadie sabe ni el día ni la hora en el que el Señor
vendrá.
En cambio, esta
segunda etapa nos invita a detenernos a mirar al pasado pero con una
perspectiva de fe, es decir, a descubrir la manera en que Dios cumplió sus
promesas a nuestros padres en la fe (Abraham, Isaac, Jacob, etc.). Dios cumplió
sus promesas enviando a su hijo, nacido de una mujer, por eso, esta segunda
etapa nos invita a festejar el nacimiento del Hijo de Dios, quedando en segundo
término la fecha, no importa tanto si nació el 25 de diciembre o el 4 de abril.
Así que en navidad no es un tiempo para dar regalos sino para recordar que Dios
ha decidido caminar con sus hijos los hombres.
Dios irrumpe en la
historia de la humanidad, la desgarra por completo y la sana desde dentro. Es
la primera catequesis que el evangelio de hoy nos enseña. El hijo de Dios tiene
una familia concreta, con una cultura y un pasado, como cualquier otro ser
humano en la tierra, por eso Mateo habla de: «Genealogía de Jesucristo». Esto
indica ya, que Jesús de Nazaret no es una historia inventada por fanáticos o
gente sin que hacer. Jesús está vivo y lo está con carne y hueso, pues es «hijo de David, hijo de Abraham», 1, 1 insertándose
así en las promesas en las que un día su Padre Dios prometió a Abraham y demás
padres en la fe. Jesús es el hijo de la promesa por antonomasia y en él se
cumple la bendición y profecía que Jacob otorgó a su hijo Judá: «No se apartará
de Judá el cetro, ni de sus descendientes, el bastón de mando, hasta que venga
aquel a quien pertenece y a quien los pueblos le deben obediencia», Génesis 49,
10.
Y como sucede en
las familias, hay historias dignas de ser recordadas y otras no tantas, existen
aciertos, errores, éxitos, fracasos y pecados en todas las familias. Y la
familia de Jesús no está exento de ello. Si analizamos detalladamente la
familia de donde proviene Jesús, nos encontraremos con Jacob el mentiroso y
estafador, que en engañó a su Padre Isaac para robarle a su hermano Esaú no sólo
la primogenitura sino también la bendición (27). Jesús pertenece a la tribu de Judá. Y Judá
hijo de Jacob es el que vendió por envidia a su hermano José a unos ismaelitas
(37, 26-28). Y no sólo eso, engendró un hijo con su nuera Tamar a la que le había
negado cumplir con la ley del levirato (38). David fue el traicionero, el
asesino, el adultero (2Samuel 11).
Dios actúa en la
historia de la humanidad muy a pesar de las sinuosidades de la vida de los
hombres. Su acción es un misterio pero que jalona los hilos de la historia y
escribe en ellos su voluntad. Hay una segunda catequesis que descubro: Dios no
se avergüenza de su familia, las acepta y les ayuda a reformarse, a
dignificarse. Dios ayuda al hombre a romper con las cadenas de esclavitudes. El
futuro puede ser esperanzador para el hombre si logra reconciliarse con su
pasado y corregirse en el futuro.
Una tercera
catequesis, reside en la providencia divina, Dios continúa sosteniendo,
acompañando, reprendiendo, enseñando, infundiendo esperanza a su gran familia.
La Biblia nos
narra las grandes aventuras de los familiares de Jesús. Dios no abandona a sus
familiares. No les da la espalda. Es siempre un Padre providente. Que les
tiende la mano a pesar de las ingratitudes, desprecios e infidelidades. Dios se
manifiesta así como un Dios que nunca ha dejado ni dejará de amar. Pues así
como para un padre o madre no hay hijo
malo ni feo, de la misma manera, para Dios todos sus hijos son merecedores de
su gran Misericordia, y eso es lo que en verdad significa el nacimiento de su
Hijo. Dios tiene misericordia al hombre, su naturaleza roída y desfigurada por
el pecado se convierte en signo de la acción salvadora de Dios.
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