“Los padres de Jesús solían ir cada
año a Jerusalén para las festividades de la Pascua”
Lucas 2, 41.
1Samuel 1, 20-22. 24-28; Salmo 83/84, 3. 5-6. 9-10; 1Juan 3, 1-2. 21-24;
Lucas 2, 41-52.
Hoy vemos a papá José, a mamá María y
al adolescente Jesús cumplir con las prescripciones de la ley; como peregrinos se
dirigen al templo de Jerusalén para la conmemoración de las festividades de la
Pascua; festividad que celebra la liberación que el Señor hizo de su pueblo
Israel de la esclavitud de Egipto (Deuteronomio 16, 1). Como explica la ley
tres veces al año deberían ir los israelitas en peregrinación al lugar Santo
para las fiestas del Señor: la de los panes Ázimos, de las semanas (Pentecostés)
y de las Chozas. Y no deberían presentarse «con las manos vacías». Cada uno
debería dar lo que podía «conforme a la bendición que el Señor» le hubiera
otorgado v. 16-17. La familia de Jesús es una familia israelita muy piadosa, vinculada
a la identidad de su pueblo, a sus costumbres, a sus leyes pues Lucas nos dice:
«fueron a la fiesta según la costumbre», 2, 42.
Y es precisamente
en esta religiosidad de los padres de Jesús donde descubrimos particularmente no
sólo el derecho sino también el deber de educar y formar a los hijos. El papel
de José es insustituible, porque él tiene la responsabilidad de enseñar al Hijo
el sentido de la fiesta porque es el jefe de familia (Éxodo 12, 26-27), pues
está escrito: «cuando el día de mañana te pregunte tu hijo ¿qué son estas
normas, esos mandatos y decretos que les mandó el Señor, su Dios», Deuteronomio
6, 20. «Y ese día le explicarás a tu hijo: Esto es por lo que el Señor hizo en
mi favor cuando salí de Egipto», Éxodo 13, 8. La fiesta actualiza el hecho, no
se trata de recordar cosas del pasado, sino experimentar cada día como el Señor
va liberando de las esclavitudes a su pueblo. El padre tiene la responsabilidad
de transmitir la fe al hijo, para que éste, cuando forme su propia familia les
explique a sus hijos el sentido de las festividades de la pascua.
Lucas nos narra
que después de que fue Jesús presentado al templo y circuncidado a los ocho días
de nacido, los padres regresaron a Nazaret y ahí «el niño crecía y se fortalecía,
llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba», 2, 40. Y ahora, en
este pasaje que estamos meditando, después de que encuentran a Jesús hablando con
los doctores de la ley, le reprendieron y Lucas nos vuelve a decir: «Jesús iba
creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres», v. 52.
Para indicarnos que Jesús está madurando, se está convirtiendo en adulto, en
hombre, eso es lo que significa la expresión «cuando el niño cumplió doce años»,
v. 42. Jesús comienza a tomar sus propias decisiones, se vislumbra ya la
autonomía e independencia del joven, por eso enfatiza: «Jesús se quedó en
Jerusalén», v. 43. Por eso, podemos afirmar que la tarea de la familia es la de
formar hombres responsables en todos los ámbitos de la vida humana: en el
trabajo, en el aspecto religioso, en las costumbres morales, en las
obligaciones civiles, etc.
El hombre que va a
Jerusalén no va con las manos vacías, tiene que presentarle al Señor las
ofrendas, que son ya signos muy claros de haber laborado, de haberse ganado el
pan honradamente, de haberse hecho responsables de sí mismo y de la propia
familia. El trabajo forja el carácter y modela el temperamento de la persona.
El texto señala muy bien que Jesús en Nazaret «siguió sujeto» a la autoridad de
José y de María. Y es precisamente allí, a lado de José donde Jesús aprende a
trabar la madera que será el oficio que le permita llevar el pan a la mesa
cuando José muera, pero, sobre todo, cumplir con la ofrenda en cada peregrinación
a Jerusalén para los días de la pascua. El trabajo hace madurar a la persona y
le hace más humano.
Si hoy hay hijos “ninis”
porque no trabajan o estudian a ¿quiénes
hemos de responsabilizar? ¿al estado por la falta de creación de empleos?
Creo que sabemos en quien recae la responsabilidad como primera instancia. Hemos
de hacerle caso al sabio: «de todo esfuerzo se saca provecho; del mucho hablar,
solo miseria», Proverbios 14, 23.
Quiero todavía
compartir un punto más de nuestra meditación: «Al tercer día lo encontraron en
el templo» sentado y enseñando, v. 46. Jesús está en un nuevo camino, José y
María no lo encuentra entre los parientes y los conocidos, v. 44. Este nuevo
camino no lo entienden incluso ni los mismos doctores pues el texto señala: «Todos
los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas», v. 47.
Este nuevo camino está representado por una manera nueva de relacionarse con
Dios: a quien le llama Padre. Este camino se entenderá mucho mejor cuando Jesús
resucite y se siente a la derecha del Padre, pues dijo: «Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí», Juan 14, 6. Pero esta
relación filial que Jesús tiene como Hijo de Dios lo desarrollo en su humanidad
gracias a la vinculación afectuosa, amorosa, de respeto y de cariño hacia José
y María, por eso Lucas nos dice: «volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a
su autoridad», 2, 51.
La familia la
vemos entonces como la escuela donde se aprenden las grandes virtudes humanas,
tan necesarias, para que pueda existir una sana convivencia en la sociedad
donde comúnmente se desenvuelve el hombre. Las familias habilitan los dones de
sus miembros para que éstos a su vez enriquezcan a la sociedad civil. Si hoy el
tejido social está fragmentado se debe sin duda alguna a la disolución del ámbito
familiar. Y de eso son culpables tanto los padres como los hijos. Hoy la
sagrada familia nos motiva a echarle ganas a nuestras familias para éstas
lleguen a ser la comunidad de vida y de amor.
la familia (José/María) que custodia la presencia de Dios (Jesús) en su seno, asegura por medio de su tarea educadora (derecho/deber)y trasmisora de valores (trabajo, entrega/servicio) que las nuevas generaciones encuentren "nuevos caminos" para lograr comunidades "maduras" a partir de su relación con Dios.
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