“En tus manos encomiendo mi espíritu
y tú, mi Dios leal, me librarás”
Salmo 30/31, 6.
Hechos 6, 8-10. 12; 7, 54-60; Salmo 30/31, 3-4. 6-8. 16-17; Mateo 10,
17-22.
«En tus manos encomiendo mi espíritu
y tú, mi Dios leal, me librarás», Salmo 30/31, 6 dice expresamente el Salmista,
se trata de un hombre que ha puesto totalmente su confianza en Dios, es un
hombre que ya no tiene fuerzas y que el enemigo le persigue a muerte. No tiene
en donde apoyarse por eso expresa: «soy la burla de todos mis enemigos, el asco
de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de mí»,
v. 12. Dios es invocado por este hombre con diversos apelativos: roca, fortaleza,
refugio, muralla, defensa. Pero hay una expresión contenida en este versículo
que estamos meditando que ilumina nuestra reflexión, el orante dice “y tú, mi
Dios leal, me librarás” para darnos entender que quien se abandona en Dios no
queda defraudado y lo expresa más claramente cuando dice: «¡Y yo que me decía a
la ligera: me has echado de tu presencia!, pero tú escuchaste mi súplica cuando
te pedí auxilio», v. 23.
Jesús de Nazaret,
en la cruz, acude a este salmo 30/31, 6 como oración confiada y nos enseña que
incluso en los momentos más atroces de nuestra existencia no hemos de poner en
duda nuestra condición filial, somos hijos de Dios, por eso dice: «Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu», Lucas 23, 46. Jesús nos consuela haciéndonos
ver que el Señor Dios lo sostiene en su propia muerte. No lo abandona al
sepulcro, lo hace resurgir de entre los muertos. El Padre no abandona ni desoye
la súplica de su Hijo. Creo que ésta debe ser la actitud creyente que hemos de
asumir antes los momentos más dramáticos de nuestra existencia, en la
enfermedad, en la muerte, en los mismos fracasos que a veces nos hacen
sumergirnos en un cieno profundo. Abandonarnos confiadamente a los brazos del
Padre de la misericordia, pues el Salmista exclama: «Vuelve, Señor, tus ojos a
tu siervo y sálvame, por tu misericordia», Salmo 30/31, 17.
La primera lectura
de hoy, con el martirio de Esteban resalta esta confianza en Dios que todo
hombre y mujer de fe deben tener, pero ahora lo hace el discípulo de Jesús
cuando dice: «Señor Jesús, recibe mi espíritu», Hechos 7, 59. Esteban confiesa
que Jesús está a la derecha de Dios reinando, vivo, se trata de una experiencia
personal, él ve con sus propios ojos los cielos abiertos y lo hace desde la
tierra, Cfr. v. 56. Esta confianza en Jesús como Señor y Dios le da fuerza y lo
mantiene firme en la fe. La contemplación de su Señor glorioso es el aliciente
necesario para soportar las injurias, los desprecios, las incomprensiones, los
ataques y violencias que le profieren sus coetáneos y es entonces cuando comprende
aquellas palabras del propio Maestro que les enseñaron los apóstoles: «amen a
sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Así será
grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y
malvados», Lucas 6, 35. Esta enseñanza de Jesús Esteban lo pone en práctica cuando
dice: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y diciendo esto, se durmió en
el Señor», Hechos 7, 60.
Y se confirma así,
con su actitud frente a la agresión y los actos violentos que en verdad Él
estaba «lleno del Espíritu Santo», v. 55. He hizo lo que el Espíritu de Dios le
inspiró en ese momento (Cfr. Mateo 10, 19), le inspiró como en enseña el Apóstol
Pedro a no devolver «mal por mal ni injuria por injuria, al contrario» bendijo,
pidió para sus asesinos el perdón de sus pecados, 1Pedro 3, 9.
El perdón que pide
a Dios por sus verdugos pone de manifiesto otras características que nos permite
descubrir la presencia de Dios Espíritu Santo en su vida:
-
Goza de una profunda libertad interior por
eso puede donar su vida, no tiene miedo sabe que su confianza está en Jesús
resucitado, Cfr. 2Corintios 3, 17.
-
Es capaz de perdonar quien en verdad ama,
pues está escrito: El amor «no se irrita, sino que deja atrás las ofensas y las
perdona. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»,
1Corintios 13, 5.
-
Señala el texto de los Hechos de los Apóstoles
que «no podían refutar la sabiduría y el espíritu con que hablaba» cuando
discutía con los judíos, 6, 10. Esteban no habla tonterías, habla sabiamente,
da razones y explicaciones. Se mantiene en la verdad, pues como afirma la Biblia:
«El espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena», Juan 3, 13.
-
Si Esteban estaba lleno del Espíritu Santo
entonces gozaba de sus frutos, pues el Apóstol Pablo nos dice que: «el fruto
del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,
modestia, dominio propio», Gálatas 5, 22-23.
-
Esteban le hace honor a su nombre:
coronado. Coronado nada menos por la gracia y el poder de Dios. Mostró que en
verdad el Espíritu de Dios nos hace hijos y nos impulsa a exclamar: ¡Abbá, es
decir Padre!, Cfr. Romanos 8, 15.
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