“El Señor
misericordioso al oír tus gemidos, se apiadará de ti y te responderá, apenas te
oiga”
Isaías 30, 19.
Isaías 30, 19-21. 23-26; Salmo 146/147, 1-6; Mateo 9, 35-10, 1. 6-8.
Hay un salmo en la Biblia que en uno
de sus versículos expresamente dice: «¿qué es el hombre para que te acuerdes de
él, el ser humano para que te ocupes de él?», 8, 5. Respondemos, porque es
creatura de Dios.
El hombre es ciertamente
creatura de Dios como también lo son los pájaros del cielo, los peces del mar o
los lirios de los campos. Y ciertamente, Dios se acuerda y se ocupa de todos
ellos. Dios los creó y Dios los cuida, pues está escrito: «¿no se venden dos
gorriones por unas monedas? Sin embargo ni uno de ellos cae a tierra sin
permiso del Padre de ustedes. En cuanto a ustedes, hasta los pelos de su cabeza
están contados. Por tanto, no les tengan miedo, que ustedes valen más que
muchos gorriones», Mateo 10, 29-31. Dios se presenta como providente, como
Creador responsable.
Pero hay texto en
el Nuevo Testamento que nos ayuda a comprender mucho mejor el por qué Dios se
acuerda del hombre y se ocupa de él. Es la primera carta del apóstol san Juan,
en ella encontramos la siguiente expresión: «Dios ha demostrado el amor que nos
tiene enviando al mundo a su hijo único para que vivamos gracias a él» 4, 9. Y
san Pablo nos enseña: «Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros», Romanos 5, 8. Y san Juan en su Evangelio nos dice: «Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no
muera, sino tenga vida eterna», 3, 16. Podemos inferir entonces, que Dios se
ocupa, se acuerda del hombre porque lo ama. Y su amor por el hombre es tan
grande que Jesús ha venido a salvarlo de la condición de muerte en la que se
encontraba a causa del pecado. La muerte del Hijo unigénito de Dios concede al
hombre la inmortalidad, la vida eterna. ¡Cuán valiosos somos a los ojos de
Dios! ¡Qué grande es amor por nosotros!
Ahora,
comprendemos mucho mejor lo que el profeta Isaías nos dice en la primera
lectura de esta misa cuando le dice al pueblo palabras de grandes esperanzas. Si
hermanos, Isaías se nos ha presentado en esta primera semana de Adviento como
el hombre de la esperanza, por eso le oímos decir: «ya no volverás a llorar…se
apiadará de ti y te responderá…ya no se esconderá el que te instruye», 30,
19-20. Con estas palabras el profeta nos revela a un Dios cercano, que en
primera persona consuela, que se hace compañero de camino, que orienta e indica
el sendero recto.
Esta profecía
esperanzadora de Isaías se hace realidad en Jesús de Nazareth. En Jesús Dios se
hace cercano al hombre, a sus gozos y esperanzas a sus tristezas y dolores, por
eso nos dice Mateo que «al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque
estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor» 9, 36. Y ante esta
inmensa misión lo que Jesús primeramente reconoce es que esta obra de
misericordia es voluntad del Padre, por eso, dirige su mirada a Él y nos
insiste que le pidamos que envía más operarios a sus campos.
La tarea que la
Iglesia tiene hoy es la de continuar con la misión de Jesús, “ese poder
gratuito” que ha recibido de su Señor y Dios, lo ha de emplear para servir a la
humanidad de entera. Por eso, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la
misión de la Iglesia es poner en marcha las obras de misericordia, es decir,
esa misma actitud de Jesús por consolar, sanar, liberar, alimentar, instruir,
acompañar a su pueblo, Cfr. Mateo 10, 1. 6-8.
El próximo martes
8 de diciembre, el santo padre, Papa Francisco abrirá la puerta de la
misericordia, un símbolo que nos recordará que estaremos en un tiempo, un año
de gracia, donde cada uno podremos experimentar y vivir con mayor intensidad la
misericordia de Dios. Y la Iglesia tendrá que dar testimonio con actitudes y obras
concretas el amor de Dios.
Es un tiempo
favorable para hacer realidad en nuestras familias, colonias, barrios y
ciudades las 14 obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales. De
vivir adecuadamente el Sacramento de la Reconciliación, aprovechando ganar las
indulgencias, peregrinando hacia los santuarios para cruzar la puerta santa, preparándonos
incluso para recorrer el itinerario cuaresmal que desemboca en la goza
resurrección del Señor misericordioso. Es año para experimentar y dar
misericordia. Es tiempo de amar no sólo de palabras y en verdad sino con obras.
Así sea!
No hay comentarios:
Publicar un comentario