sábado, 5 de diciembre de 2015

“El Señor misericordioso al oír tus gemidos, se apiadará de ti y te responderá, apenas te oiga”
Isaías 30, 19.
Isaías 30, 19-21. 23-26; Salmo 146/147, 1-6; Mateo 9, 35-10, 1. 6-8.

Hay un salmo en la Biblia que en uno de sus versículos expresamente dice: «¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que te ocupes de él?», 8, 5. Respondemos, porque es creatura de Dios.
El hombre es ciertamente creatura de Dios como también lo son los pájaros del cielo, los peces del mar o los lirios de los campos. Y ciertamente, Dios se acuerda y se ocupa de todos ellos. Dios los creó y Dios los cuida, pues está escrito: «¿no se venden dos gorriones por unas monedas? Sin embargo ni uno de ellos cae a tierra sin permiso del Padre de ustedes. En cuanto a ustedes, hasta los pelos de su cabeza están contados. Por tanto, no les tengan miedo, que ustedes valen más que muchos gorriones», Mateo 10, 29-31. Dios se presenta como providente, como Creador responsable.
Pero hay texto en el Nuevo Testamento que nos ayuda a comprender mucho mejor el por qué Dios se acuerda del hombre y se ocupa de él. Es la primera carta del apóstol san Juan, en ella encontramos la siguiente expresión: «Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su hijo único para que vivamos gracias a él» 4, 9. Y san Pablo nos enseña: «Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros», Romanos 5, 8. Y san Juan en su Evangelio nos dice: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna», 3, 16. Podemos inferir entonces, que Dios se ocupa, se acuerda del hombre porque lo ama. Y su amor por el hombre es tan grande que Jesús ha venido a salvarlo de la condición de muerte en la que se encontraba a causa del pecado. La muerte del Hijo unigénito de Dios concede al hombre la inmortalidad, la vida eterna. ¡Cuán valiosos somos a los ojos de Dios! ¡Qué grande es amor por nosotros!
Ahora, comprendemos mucho mejor lo que el profeta Isaías nos dice en la primera lectura de esta misa cuando le dice al pueblo palabras de grandes esperanzas. Si hermanos, Isaías se nos ha presentado en esta primera semana de Adviento como el hombre de la esperanza, por eso le oímos decir: «ya no volverás a llorar…se apiadará de ti y te responderá…ya no se esconderá el que te instruye», 30, 19-20. Con estas palabras el profeta nos revela a un Dios cercano, que en primera persona consuela, que se hace compañero de camino, que orienta e indica el sendero recto.
Esta profecía esperanzadora de Isaías se hace realidad en Jesús de Nazareth. En Jesús Dios se hace cercano al hombre, a sus gozos y esperanzas a sus tristezas y dolores, por eso nos dice Mateo que «al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor» 9, 36. Y ante esta inmensa misión lo que Jesús primeramente reconoce es que esta obra de misericordia es voluntad del Padre, por eso, dirige su mirada a Él y nos insiste que le pidamos que envía más operarios a sus campos.
La tarea que la Iglesia tiene hoy es la de continuar con la misión de Jesús, “ese poder gratuito” que ha recibido de su Señor y Dios, lo ha de emplear para servir a la humanidad de entera. Por eso, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la misión de la Iglesia es poner en marcha las obras de misericordia, es decir, esa misma actitud de Jesús por consolar, sanar, liberar, alimentar, instruir, acompañar a su pueblo, Cfr. Mateo 10, 1. 6-8.
El próximo martes 8 de diciembre, el santo padre, Papa Francisco abrirá la puerta de la misericordia, un símbolo que nos recordará que estaremos en un tiempo, un año de gracia, donde cada uno podremos experimentar y vivir con mayor intensidad la misericordia de Dios. Y la Iglesia tendrá que dar testimonio con actitudes y obras concretas el amor de Dios.
Es un tiempo favorable para hacer realidad en nuestras familias, colonias, barrios y ciudades las 14 obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales. De vivir adecuadamente el Sacramento de la Reconciliación, aprovechando ganar las indulgencias, peregrinando hacia los santuarios para cruzar la puerta santa, preparándonos incluso para recorrer el itinerario cuaresmal que desemboca en la goza resurrección del Señor misericordioso. Es año para experimentar y dar misericordia. Es tiempo de amar no sólo de palabras y en verdad sino con obras. Así sea!

No hay comentarios:

Publicar un comentario