miércoles, 16 de diciembre de 2015

“¡Yo soy un Dios justo y salvador y no hay otro fuera de mí!”
Isaías 45, 21.
Isaías 45, 6-8. 18. 21-26; Salmo 84/85, 9-14; Lucas 7, 19-23.

«¡Yo soy un Dios justo y salvador y no hay otro fuera de mí», Isaías 45, 21 es la expresión que se repite a lo largo del capítulo 45 del libro de Isaías. Dios se presenta no sólo como creador de todo cuanto existe sino como el Señor de la historia. Ser el Señor de la historia significa que nada cuanto sucede en el mundo de los hombres escapa a su voluntad, el continúa sosteniendo su creación con su providencia, por eso le hemos escuchado decir: «Yo soy el artífice de la luz y el creador de las tinieblas, el autor de la felicidad y el hacedor de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto», v. 7.
Del versículo siete llama mucho la atención la expresión “autor de la felicidad y el hacedor de la desgracia” y recuerdo muy bien por ejemplo el pasaje del Génesis (6-8) donde se nos narra el Diluvio a consecuencia del pecado de los hombres. Fue sin duda alguna una enseñanza dolorosa pues sólo se salvaron ocho personas junto a los animales que entraron en el Arca de Noé, Cfr. 1Pedro 3, 20. Por esto, podemos llegar a intuir equivocadamente que Dios es un ser malvado, vengativo e impositivo. Pero no es así, ¿cómo entender entonces la expresión “hacedor de la desgracia”? Creo que puede ayudarnos a entender un poco mejor el siguiente versículo: «A él volverán avergonzados todos los que lo combatían con rabia», v. 24. Lo que significa que al final de sus días, los hombres, comprenderán que no hay vida, ni victoria, ni bienestar, ni prosperidad lejos del Dios creador y providente. Pues el hombre avergonzado ha de reconocer que Dios es su hacedor, de él ha recibido el aliento de vida (Génesis 2, 7), jamás será absolutamente autónomo y siempre será un ser dependiente de los demás (depende del aire, de que sus órganos funcionen bien, de los alimentos que ingiere, de quien hace el calzado, etc.) e incluso de Dios.
El hombre se erige ídolos o falsos dioses (dinero, poder y placer) de los que hace depender su vida y que confundido le rinde culto, pero al final no lo salvan de la dramática muerte y lo  dejan solo en su agonía, por eso dice la Escritura: «derrotados, fracasados todos juntos, se marchan con su fracaso los fabricantes de ídolos», Isaías 45, 16. Dios se vuelve en desgracia para quien no ha confiado en él y ha puesto su esperanza en puro viento, es decir, en lo superfluo y vano, lo que no tiene ni da consistencia alguna.
Por eso, exclama el Señor a su criatura más excelsa: «Vuélvanse a mí y serán salvados, pueblos todos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay otro», v. 22. Y no sólo le llama sino que personalmente viene a buscarlo, a congregarlo, a salvarlo, por eso dice: «Dejen, cielos, caer su rocío y que las nubes lluevan la justicia», v. 8 es decir, por la acción del Espíritu Santo (rocío) y por el poder del Padre (nubes) el Hijo (la justicia) Santo de Dios descenderá a la tierra (Seno virginal de la Virgen Madre María). Y es así como se cumple la profecía: «que la tierra se abra y haga germinar la salvación y que brote juntamente la justicia». Dios nace como Hombre, asume naturaleza humana y le enseña a vivir a sus hermanos en justicia, es decir, en santidad, porque todo el que cumple los mandamientos es justo, es santo. El versículo termina con la expresión: «Yo, el Señor, he creado todo esto» para indicar una sola voluntad, un solo Dios y Señor de todo y de todos. Dios es creador, providente y salvador o como diría el siervo Job: «porque él hiere y venda la herida, golpea y sana con su mano», 5, 18. ¡Así sea!

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