“¡Yo soy un Dios
justo y salvador y no hay otro fuera de mí!”
Isaías 45, 21.
Isaías 45, 6-8. 18. 21-26; Salmo 84/85, 9-14; Lucas 7, 19-23.
«¡Yo soy un Dios justo y salvador y no hay otro fuera
de mí»,
Isaías 45, 21 es la expresión que se repite a lo largo del capítulo 45 del
libro de Isaías. Dios se presenta no sólo como creador de todo cuanto existe
sino como el Señor de la historia. Ser el Señor de la historia significa que
nada cuanto sucede en el mundo de los hombres escapa a su voluntad, el continúa
sosteniendo su creación con su providencia, por eso le hemos escuchado decir: «Yo
soy el artífice de la luz y el creador de las tinieblas, el autor de la
felicidad y el hacedor de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto», v. 7.
Del versículo
siete llama mucho la atención la expresión “autor de la felicidad y el hacedor
de la desgracia” y recuerdo muy bien por ejemplo el pasaje del Génesis (6-8) donde
se nos narra el Diluvio a consecuencia del pecado de los hombres. Fue sin duda
alguna una enseñanza dolorosa pues sólo se salvaron ocho personas junto a los
animales que entraron en el Arca de Noé, Cfr. 1Pedro 3, 20. Por esto, podemos
llegar a intuir equivocadamente que Dios es un ser malvado, vengativo e
impositivo. Pero no es así, ¿cómo
entender entonces la expresión “hacedor de la desgracia”? Creo que puede
ayudarnos a entender un poco mejor el siguiente versículo: «A él volverán
avergonzados todos los que lo combatían con rabia», v. 24. Lo que significa que
al final de sus días, los hombres, comprenderán que no hay vida, ni victoria,
ni bienestar, ni prosperidad lejos del Dios creador y providente. Pues el
hombre avergonzado ha de reconocer que Dios es su hacedor, de él ha recibido el
aliento de vida (Génesis 2, 7), jamás será absolutamente autónomo y siempre será
un ser dependiente de los demás (depende del aire, de que sus órganos funcionen
bien, de los alimentos que ingiere, de quien hace el calzado, etc.) e incluso
de Dios.
El hombre se erige
ídolos o falsos dioses (dinero, poder y placer) de los que hace depender su
vida y que confundido le rinde culto, pero al final no lo salvan de la dramática
muerte y lo dejan solo en su agonía, por
eso dice la Escritura: «derrotados, fracasados todos juntos, se marchan con su
fracaso los fabricantes de ídolos», Isaías 45, 16. Dios se vuelve en desgracia
para quien no ha confiado en él y ha puesto su esperanza en puro viento, es
decir, en lo superfluo y vano, lo que no tiene ni da consistencia alguna.
Por eso, exclama
el Señor a su criatura más excelsa: «Vuélvanse a mí y serán salvados, pueblos
todos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay otro», v. 22. Y no sólo le
llama sino que personalmente viene a buscarlo, a congregarlo, a salvarlo, por
eso dice: «Dejen, cielos, caer su rocío y que las nubes lluevan la justicia»,
v. 8 es decir, por la acción del Espíritu Santo (rocío) y por el poder del
Padre (nubes) el Hijo (la justicia) Santo de Dios descenderá a la tierra (Seno
virginal de la Virgen Madre María). Y es así como se cumple la profecía: «que
la tierra se abra y haga germinar la salvación y que brote juntamente la
justicia». Dios nace como Hombre, asume naturaleza humana y le enseña a vivir a
sus hermanos en justicia, es decir, en santidad, porque todo el que cumple los
mandamientos es justo, es santo. El versículo termina con la expresión: «Yo, el
Señor, he creado todo esto» para indicar una sola voluntad, un solo Dios y
Señor de todo y de todos. Dios es creador, providente y salvador o como diría
el siervo Job: «porque él hiere y venda la herida, golpea y sana con su mano»,
5, 18. ¡Así sea!
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